domingo, 11 de mayo de 2008

CAPITULO 1

CAPÍTULO 1

Un paso. Otro. Otro más. Da igual que camine a pasos grandes o pasos pequeños, es mi hora, tenía que llegar, ha llegado y alcanzaré mi destino pese a todo. Me llamo Billy Stevens, y voy camino de mi muerte.

Si me paro a pensar en cómo he llegado a donde estoy, no sabría por dónde empezar… Tal vez nunca supe qué me llevó a ser como soy ahora, pero sí que me atrevería a señalar un comienzo de todo, el desencadenante de toda mi vida.

7 de Agosto, era el día de mi cuarto cumpleaños. Hacía un día estupendo, el sol brillaba y el calor no era tan acusado como los días anteriores. Mi madre entró en la habitación a las 9 de la mañana para despertarme, como llevaba haciendo cada año y seguiría haciendo hasta unos años después. Se acercó a mi cama, me besó en la frente y me despertó con un tierno ‘Felicidades’. Aún recuerdo cómo sonó aquél. Fue el más especial para mí, ya que ese día conseguí el mejor amigo que he tenido jamás, el único que jugó conmigo sin preguntarme a qué íbamos a jugar, el único que se divertía tanto como yo.

Abrí los ojos y abracé a mi madre, me gustaba hacerlo, su tacto era suave y siempre olía a su perfume, aquel perfume que inundaba su habitación cada mañana, ese inolvidable que llevas contigo a todas partes.

- Corre, baja a la cocina, tu padre te espera, y dice que hay algo para ti – me dijo, a la vez que me dejaba paso para que saliera.

Me levanté corriendo, tanto que aún siento el dolor en el dedo del pie del golpe que me di contra el pequeño tren eléctrico que monté junto a mi padre tan sólo 3 meses antes. Me encantaba ese tren. Tardamos en montarlo meses, pero al final valió la pena. Tenía su pequeña vía que recorría toda la habitación, puentes, estaciones, árboles pequeños que simulaban ser un bosque, incluso muñecos que colocamos en su interior para que parecieran pasajeros de verdad que saludaban al pasar por cada estación. Bajé las escaleras tan rápido como pude, me fui derecho a la cocina, donde me esperaba mi padre, de espaldas a la puerta. Al escuchar que me acercaba se giró, extendió sus brazos y salté hacia él. Después de aquel tierno abrazo y un beso por su parte, me dejó en el suelo.

- Mira Billy, aquí hay una caja que tiene tu nombre, ¿qué crees que puede ser?
- No lo sé papá, ¿lo abrimos?
- Es tuyo, ábrelo si quieres, pero con cuidado, escuché unos ruiditos antes…

Con cuidado me acerqué a la caja. La observé minuciosamente: tenía varios agujeros hechos, aparentemente, con unas tijeras. Fuera lo que fuera lo que había allí dentro, debía ser un animal, ya que esos agujeros estaban hechos de respiradero. Puse mis pequeñas manos sobre aquella caja y algo se movió en su interior, por lo que yo me asusté y aparté las manos. Miré a mi padre, que reía del miedo que yo tenía, entonces yo, concienzudo, me decidí a abrir la caja de una vez.

Al abrirla encontré una pequeña bola de pelo, en un rincón, que temblaba, seguramente del miedo. Yo golpeé un poco la caja, para ver si se movía, entonces se giró y se levantó un poquito. Aquel hámster me miraba como si fuera yo la primera persona a la que hubiera visto en su vida, aunque sabía que eso no podía ser así, alguien lo tuvo que meter en aquella diminuta cajita. Acerqué mi mano para tocarlo, pero se asustó y volvió a su rincón, asustándome yo también.

- No le tengas miedo Billy. Mira, no hace nada – dijo mi padre, a la vez que cogía al pequeño hámster con una de sus enormes manos. – Pon las manos hijo

Extendí ambas manos y mi padre me puso al roedor encima de ellas. Éste comenzó a corretear por ellas, y yo reía, me hacía cosquillas con su pelo y sus patitas. Era divertido. Me lo coloqué en una de las manos, sujetándolo bien para que no se cayera, y con la otra le acaricié la espalda. El hámster me miró y acto seguido me pasó su mejilla por la palma de la mano.

- Es un gesto de que le gustas. ¿Por qué no os subís a jugar a tu habitación?

Y eso fue lo que hice, agarré a mi pequeño amigo y subimos a mi habitación. Mi madre ya se había ido, estaba en su habitación haciendo la cama. Yo entré en la mía y cerré la puerta. Puse al hámster en el suelo y ambos nos miramos. Me gustaba, y yo le gustaba a él. No me había pasado eso con ninguna persona, existía ya una complicidad entre nosotros. Entonces me miró, y después miró al tren. Comprendí que quería subir a dar una vuelta. Lo puse de maquinista, y se asomó por una de las diminutas ventanas, parecía querer saludarme, así que yo le saludé y activé el tren. Éste comenzó a moverse, recorría toda la habitación de un lado a otro, paraba en las diferentes estaciones, atravesaba los puentes, los bosques,… Mi pequeño amigo continuaba asomado a la ventanita, no dejaba de mirarme, le gustaba jugar conmigo.

La puerta se abrió y pasó mi madre, otra vez su olor inundó mi nariz, la reconocería aunque me taparan los ojos y los oídos, era especial. Se sentó a mi lado y me agarró por el hombro, yo la abracé y ella me besó la cabeza. Nos quedamos un rato parados, mirando cómo el tren recorría la habitación con su nuevo maquinista. La luz del sol penetraba en la habitación por la ventana que mi madre abría cada mañana, bañaba cada rincón de la misma, y el tren dibujaba sombras a su paso. Era un buen día para jugar. Entonces paré el tren, y saqué al pequeño animal para enseñárselo a mi madre.

- Mira mamá, es mi nuevo amigo
- Ya lo veo, veo que os lo pasáis bien. ¿Cómo se llama?

¿Llama? Nadie me había dicho que tenía que ponerle un nombre… ¿Cómo lo iba a llamar? Nunca había tenido que ponerle nombre a nada, no sabía la responsabilidad que era aquella decisión… tenía que ser un nombre que nos gustara a los dos, no podía llevar un nombre que no le gustara. Habría de pensarlo detenidamente. Mi madre se dio cuenta de aquello, por lo que se levantó y se marchó, dejando que pensara en un nombre, no sin antes recordarme que bajara pronto a desayunar. Miré al pequeñín, y él me miró a mí. Un nombre… Eso lo convertiría en alguien especial… ¿Qué nombre le podía poner? Se me venían a la cabeza muchos, pero ninguno era el nombre adecuado para mi nuevo amigo. Seguí pensando durante un rato bastante largo, tanto que escuché cómo mi padre me instaba a que bajara a desayunar hasta tres veces. Al final bajé, con mi amigo en la mano, siempre conmigo. Entré en la cocina, entendí los brazos mostrando al hámster.

- Mamá, papá, os presento a Mike.
- Encantado Mike. Venga, sentaros a desayunar, que ya es tarde – dijo mi madre.

Aquel era el mejor de los desayunos, siempre el desayuno de mi cumpleaños era especial, desayunaba tostadas con chocolate. Me encantaba desayunar aquello, era el único día del año en el que lo podía desayunar, normalmente solía desayunar leche con galletas, mi madre decía que era un buen desayuno y que me ayudaría a crecer fuerte y sano. Todas las madres dicen eso.

Terminado el desayuno volví a mi habitación, me quité el pijama y me puse mi ropa de jugar en la arena. Cogí a Mike y bajamos al parque. Yo vivía en las afueras del pueblo, por lo que había de ir en bici a todas partes. Aunque era pequeño mis padres siempre me dejaban ir solo, ya que había un pequeño sendero por el que los coches no podían ir, y que me dejaba al comienzo de las primeras casitas del pueblo. En el trayecto llevaba a mi amigo en una mochila, metido en una bola especial para él que me compraron mis padres junto al hámster, la jaula y la comida. Tardé más de lo normal en llegar, ya que iba con cuidado para que el viaje no asustara a Mike, era un poco miedica. Aparqué la bici y me metí en la arena con mi amigo. Yo lo miraba a través de la pequeña bola transparente, y él me miraba a mí. No sabíamos muy bien a qué jugar, estábamos los dos solos, y era la primera vez que íbamos al parque juntos. Entonces me subí al tobogán, agarré bien la bola, y me tiré por él, riendo a la vez. Al bajar miré que Mike estuviera bien, parecía estarlo, ya que me miraba con sus patitas pegadas a las paredes de la bola. Subí de nuevo, pero esta vez yo no me tiré, sino que lo dejé al borde y le dije que esperara. Me coloqué en el otro extremo del tobogán y le grité que ya podía tirarse. Al principio parecía dudar un poco, le daba miedo, pero al fin se decidió a lanzarse. La bola dio muchas vueltas, y Mike también. Lo recogí abajo, lo miré y parecía un poco mareado, por lo que me di cuenta de que el tobogán tal vez no fuera la mejor idea para jugar juntos.

Probamos los columpios, y aquella idea pareció gustarle más, hasta que subí demasiado alto y empezó a dar tumbos por la bola, no lograba quedarse depié. Bajé del columpio y nos sentamos, uno al lado del otro. ¿A qué podíamos jugar? No se me ocurría nada… Era un niño sin ideas para jugar. Me levanté para ver si así se me ocurría algo que hacer. Mike empezó a corretear hacia mí, me tocó en el pie, le miré, me miró, y comenzó a correr a toda prisa hacia otro lado. Yo salí detrás de él. Aunque no lo pareciera, me costaba alcanzarlo, era bastante rápido. Llegué junto a él, y lo cogí entre mis manos. Lo dejé en el suelo, y eché a correr en dirección contraria. Salió detrás de mí y me pilló muy pronto. Pasamos largo rato jugando al pilla-pilla, hasta que ambos estuvimos cansados. Miré en mis bolsillos y comprobé que llevaba dinero, así que cogí a Mike y la bici y nos fuimos a comprarnos un helado, ya empezaba a hacer calor. Me alcanzaba el dinero para tan sólo uno, por lo que Mike y yo tuvimos que compartirlo. La gente nos miraba raro, supongo que les resultaba extraño que un niño fuera amigo de un hámster, pero yo había visto a gente que compartía de todo con sus perros, así que tampoco entendía por qué conmigo eran así. Me daba igual, yo tenía al fin un amigo al que quería, y lo pasábamos bastante bien juntos, no me importaba lo que pensara la gente de nosotros.

El resto de día lo pasamos disfrutando de mi cumpleaños, en casa con mis padres y por la tarde en la playa. Nos hicimos muchas fotos para recordar aquel día. Era el principio de nuestra amistad, y el mejor día de mi vida, quería poder revivirlo siempre que quisiera.

Los días posteriores los pasábamos jugando a todas horas. A mis padres les gustaba que fuera así, nunca había tenido amigos, no me llevaba bien con los compañeros del colegio, y como vivíamos lejos del pueblo, no conocía a muchos niños con los que poder jugar y que quisieran venirse a casa alguna vez. Tampoco era algo que me importara mucho, esos chicos estaban siempre riéndose de los demás, no quería juntarme con nadie así. Supongo que por eso me llevé tan bien desde el primer momento con Mike, porque él no pensaba mal de mí, estaba ahí para jugar conmigo siempre y además podíamos compartir hasta los baños. Era divertido pasar los días junto a él.

Llegó el día de la vuelta al colegio. Mi padre me dijo que podía llevar a Mike si quería, pero que se lo dijera a la maestra para que supiera que compartiría las clases conmigo, y también que le dijera lo mucho que yo le quería. Entré a clase con Mike en su bola bajo del brazo. Me dirigí a mi mesa y me senté. Las miradas de todos mis compañeros me siguieron en mi camino. Yo decidí no mirar a nadie, saludé a quien me saludó y permanecí sentado en mi silla. Sentía que todos mis compañeros me miraban, pero yo estaba feliz con Mike. Desde su bola miraba todo alrededor, era un lugar extraño para él e intentaba examinarlo tanto como le era posible. El ver a tantos niños le era demasiado nuevo, en el verano habíamos estado bastante solos los dos. Yo le decía que estuviera tranquilo, que era normal que hubiera tantos niños, en el colegio iba a ver muchos, y que cada uno iba a ser distinto de los otros. Eso pareció tranquilizarlo, al menos un poco. Se giró y me miraba, creo incluso que me sonrió, pero no lo podría asegurar, pasó hace mucho tiempo.

La profesora entró y se colocó frente a la pizarra. Preguntó qué tal habíamos pasado el verano, y si alguien quería contar su historia de qué había hecho. Yo levanté la mano y me dijo que me levantara. Coloqué a Mike en el suelo y me dirigí al lado de la profesora. Mike me siguió. La profesora se sentó en su silla y me dejó hablar.

- He visto que hay algunos chicos nuevos, así que diré que soy Billy. Éste de aquí es mi nuevo amigo, Mike. Mis padres me lo regalaron por el día de mi cumpleaños y pronto nos hicimos muy amigos. A los dos nos gusta jugar en el parque, y es lo que hemos estado haciendo durante el verano. También hemos ido a la playa algunos días con mis padres. Fuimos al cine y a la piscina, montamos en bici y jugamos mucho con el tren que hicimos mi padre y yo y que tengo en mi habitación. Lo he traído hoy a clase para que todos le conozcáis.
- Muy bien Billy, veo que has tenido un verano entretenido y que has hecho amigos nuevos. ¿Alguien le quiere preguntar algo a Billy sobre sus vacaciones?
- ¿Le hablas a tu ratón?
- No es un ratón, es un hámster, se llama Mike. Y sí que hablo con él, porque me entiende y somos amigos.
- ¿Y él te contesta? Eres muy raro – dijo otro compañero, lo que despertó las risas del resto de la clase. Yo agaché la cabeza.
- ¿Me puedo sentar ya señorita?
- Sí, Billy, vuelve a tu sitio. Y los demás, parad de reíros.

El resto de las horas de clases hasta el recreo me las pasé callado, ni siquiera me atrevía a mirar a Mike, me daba vergüenza que todos mis compañeros se hubieran reído de nosotros, no quería que me viera así, tan dolido, sin embargó entendió mi dolor y se arrimó con su bola hacia mí y me dio golpecitos, hasta que lo cogí en mis brazos. Llegó la hora del recreo, cogí mi bocadillo y salí junto a Mike. Nos colocamos en un rincón del patio, solos, mientras comíamos. A lo lejos vi que se acercaban tres compañeros de clase. Decidí no prestarles atención. A mi lado ya, se agacharon y cogieron a Mike.

- ¿Qué tal con tu amiguito Billy? ¿Cómo dijiste que se llamaba?
- Mike
- Hola Mike, pareces demasiado guay, no sé qué haces con éste chaval, que no tiene ni amigos. Deberías venirte con nosotros.
- Dejadle en paz, no quiere estar con vosotros – dije yo, y me levanté a cogerlo, pero me lo apartaron y no pude agarrarlo. – Devolvédmelo, es mío.
- Pero yo creo que no quiere estar contigo – dijo uno de los chicos, y abrió la bola y sacó a Mike – Míralo, yo le gusto más, ¿a que sí Miles?
- ¡Su nombre es Mike, no Miles! ¡Dádmelo!
- ¿Sabes Roger? Creo que el ratoncito quiere correr en libertad, suéltalo por el patio.

El tal Roger soltó a Mike por el patio y empezaron a perseguirlo. Mike, asustado, comenzó a correr por el patio, esquivando a los demás chicos que jugaban por allí. Yo corría detrás de todos para coger a Mike, tenía miedo de que algo le pasara. De repente, tal como yo había temido, un chico de uno de los cursos más avanzados pisó a Mike. Se escuchó un chillido, el chillido de Mike, su grito de dolor. Corrí rápido hacia su lado, lo cogí y lo miré. Sangraba por todas partes, apenas podía respirar. Lo acaricié y lo llevé lo más deprisa que pude a la enfermería del colegio. Cuando llegué lo dejé sobre la mesa de la enfermera, que lo miró asqueada y pegó un grito, estaba asustada, para ella era tan sólo un ratón, y no mi amigo. No hizo nada por él, Mike murió en aquella mesa, y a ella le dio igual. Lo cogí entre mis manos y, mirándolo, me arrodillé y empecé a llorar. La enfermera se agachó a mi lado y me puso la mano en el hombro, en señal de que lo sentía mucho. Yo me aparté de ella, no quería estar a su lado. Salí de la enfermería y me escondí en el baño. Estuve allí largo rato, llorando. Entraron los chicos que me habían quitado a Mike y por cuya culpa ahora estaba muerto, acompañados de la profesora, para pedirme perdón, pero yo no quería aceptar sus disculpas, sabía que sólo lo decían porque les habían obligado. Yo no quería que nadie se compareciera de mí.

Llamaron a mi madre para que me viniera a recoger al colegio. Yo esperé en la puerta hasta que llegó. Tenía a Mike metido en una pequeña caja que me había dado la profesora. Cuando vi a mi madre salir del coche me abalancé hacia ella, que me cogió en brazos y me abrazó mientras yo lloraba en su hombro. Nada de lo que dijera podría consolarme, y eso ella lo sabía, siempre habíamos estado muy unidos, y por eso ella sabía que no tenía que decir nada. Tan sólo su abrazo lograría calmar un poco mis lágrimas. Me metió dentro del coche y nos fuimos para casa. Me encerré en mi habitación y seguí llorando, con Mike a mi lado… lo que aún quedaba de él. Al cabo de unas horas mi madre pasó. Se sentó junto a mí y me acarició el pelo.

- Venga Billy, no llores más, a Mike no le gustaría verte así de triste.
- Pero está muerto mamá
- Lo sé cariño, pero él no querría que tú estuvieras tan triste, le gustaría que siguieras adelante con tu vida, y le recordaras no por su muerte, sino por lo bien que lo habéis pasado juntos. ¿Por qué no piensas en un bonito entierro y lo enterramos cuando venga papá de trabajar? Podrás decir unas palabras para él si quieres, sabes que las oirá. Tal vez no esté ya más aquí, pero siempre estará en tu corazón, haz que él lo sepa.

- Vale…

Pasé la tarde pensando en qué podía decirle… había sido mi mejor amigo en toda mi vida, y nunca le había dicho lo que le quería. Y ahora ya no estaba, ya no estaría nunca más. Yo sabía que él sabía que le quería, y que había sido feliz el poco tiempo que vivió. Jamás me culparía de su muerte, tanto él como yo sabíamos quiénes habían sido los culpables, y eso no quedaría así.

Por la noche celebramos el entierro de Mike. Fue muy triste, mis padres estaban tristes, y yo disimulaba para no parecerlo, pero por dentro estaba roto. Me había dolido tanto su muerte… No quería estar mal, no quería por él, quería que viera que podía seguir adelante. Tan sólo tenía cuatro años, pero ya entonces logré madurar y me tomé su muerte como alguien mucho mayor, o eso es lo que me dijo mi padre, que era bastante valiente y que había demostrado mucha madurez al enfrentarme tan bien a la muerte de alguien al que apreciaba tanto. Cuando me fui a dormir mi madre me dijo que al día siguiente me podía quedar en casa si no me sentía con fuerzas para ir a clase, pero no quería quedarme ahí encerrado, quería volver a clase, quería ver a aquellos que me habían hecho tanto daño y que les importó tan poco. Para mí Mike no era tan sólo un “ratón”, como ellos decían, sino que Mike había sido el mejor de los amigos que yo tendría a lo largo de toda mi vida, diría que el único amigo de verdad que tuve. ¿Pensaban acaso que iba a sufrir tan sólo por dentro? Me hicieron daño, mucho daño, y eso no estaba bien.

Llegué a clase y miré desde mi silla a los chicos que me habían tratado tan mal. Ellos no se atrevían a dirigir sus miradas hacia mis ojos. Se les notaba que estaban arrepentidos, o eso era lo que le habían obligado a aparentar. Niños pequeños, pero bastante crueles. No sé qué les llevó a hacer aquello, pero desde luego no iba a ser una anécdota más que queda en eso, una anécdota. Toda la noche estuve pensando en qué decirles a esos chicos, pero no logré pensar en algo que de verdad me dejara tranquilo. No quería hacerles daño, pero tampoco quería quedarme callado sin hacer nada para defenderme, sino serían así conmigo el resto de mi vida, y no quería sufrir más. Pero… ¿qué les digo? No sabía qué hacer, jamás me había tenido que enfrentar a algo así, no sabía qué se dice en esos casos para que sepan que me han hecho daño y que no iba a permitir que volviera a pasar. Al fin, a la hora del recreo, me animé a hablar con ellos.

- Chicos…
- Oye Billy, sentimos mucho lo de Mike… no era nuestra intención que eso pasara, nada más queríamos divertirnos un poco…
- ¿Y por qué la tomasteis con él? No os hizo nada.
- Ya… no sé… es que confiesa que es raro que tengas como amigo un ratón… eso no se ve todos los días.
- ¡Era un hámster! ¿Y qué si era mi amigo? Yo no hago daño a vuestros amigos para reírme.
- Bueno, ya dijimos que lo sentimos, ¿qué más quieres?
- Pues que lo sintáis de verdad.
- ¿Qué quieres decir con que lo sintamos de verdad? No vamos a llorar si es a lo que te refieres, eso solo lo hacen los niños pequeños y mimados.
- Bueno, que sepáis que yo no acepto vuestras disculpas. Adios – dije, y me marché a mi rincón de siempre a comerme mi bocadillo.

Los minutos pasaban y yo intentaba distraerme con algo y no pensar en Mike. Lo echaba tanto de menos… Su muerte no podía quedar así, no les importaba nada el daño que me habían hecho. Mientras pensaba en cómo estaría Mike donde fuera que estuviese, dibujaba en la arena del patio con un palo. Entonces vi un saltamontes que se paró a mi lado. No se movía apenas, parecía que yo no le daba miedo. Era extraño, la mayoría de los insectos huyen de los humanos, mientras que éste estaba allí parado, mirando a ninguna parte. De pronto divisé una hilera de hormigas que se dirigían con comida hacia su hormiguero. Trabajaban todas en grupo para conseguir comida, no se peleaban unas con otras.

Volvimos del recreo y nos sentamos cada uno en nuestros sitios. Hubo un momento que la profesora nos dejó dormir, siempre dormíamos media hora, era normal en todos los colegios que a los niños pequeños se les dejara dormir un rato. Yo no tenía sueño, pero fingí estar dormido. La profesora salió un momento, no sé a qué, pero también lo hacía siempre, cuando todos dormían ella se marchaba durante unos veinte minutos. No tardó mucho en volver, yo continuaba fingiendo estar dormido, no quería que me regañara ni que supiera que estaba despierto. Al poco tiempo nos despertó a todos y nos dijo que ya podíamos irnos preparando para salir, que era la hora de marcharnos a casa a comer. Observé a los chicos que mataron a Mike. Cogieron sus mochilas y se las colgaron a la espalda. De pronto empezaron a moverse, se pegaban por todo el cuerpo, como si tuvieran algo que les picara o les hiciera cosquillas. Se retorcían por el suelo. Muchas hormigas comenzaron a salir por donde ellos estaban. Las hormigas les invadían, les subían por el cuerpo, les picaban. La profesora nos dio permiso para ir saliendo, pero ellos seguían en el suelo, dando vueltas. Los demás niños salieron, y yo también. Vi a mi madre y corrí hacia ella, que me cogió de la mano después de darme un beso.

- Veo que estás feliz, parece que has superado un poco lo de Mike – me dijo mientras nos dirigíamos hacia el coche.
- Sí, bueno. Es que comprendí que yo podía estar mal, pero que a las personas que son malas les pasan cosas malas mamá.

El resto del camino de vuelta a casa recuerdo haberlo pasado sonriendo. Jamás nadie sospecharía que yo llené sus mochilas de hormigas, nadie me vio hacerlo. Sabía que había estado mal, pero nadie me dijo nada, ni tan siquiera pensaron en que alguien lo había hecho. No sé por qué, pero no tenía remordimientos por lo que había hecho, incluso me sentía bien por haberme vengado de aquellos chicos.

Sí, creo que aquel fue el comienzo de todo el resto de mi vida, aquellos deseos de hacer justo lo que era justo, de que a los malos lo malo y a los buenos lo bueno. Esa sensación de que reina la justicia y nadie te lo impide. Siempre me ha gustado ese sentimiento.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Soni! me lo he leído y esta genial... no sabes la melanolia que me ha entrado con lo de Mike... bueno esperaré el segundo Capítulo!
Felicidadeeees neni! me encanta como escribes! tienes madera por lo que veo! un besito!

Zaira

Anónimo dijo...

Leído y enlazado en mi blog :D Me ha gustado bastante, además el tema da para una novela y mucho más...

Ya que has empezado no nos puedes dejar a medias!!

Un beso!

Anónimo dijo...

Soniiiiiiiii!!! Me encanta!!! Ya sabes que a mi siempre me ha gustado mucho como escribes!!! Espero que esta la continues y no la dejes a medias! Estoy deseosa de leer la segunda parte.

Besos. Isa

Anónimo dijo...

Buen comienzo o eso parece, hasta que no la finalicez no te dire la critica, jeje.
Nos vemos en clase, jeje

P.D. Cuidado con los niños, que ni los malos son tan malos, ni los buenos son tan buenos...
Las apariencias engañan...

Anónimo dijo...

Como ya te he dicho me ha gustado mucho este comienzo, es intrigante, ya tengo ganas de que publiques el siguiente! ^^
Pues nada ánimo y adelante, que tu puedes

David

Anónimo dijo...

Bueno de momento no vas mal.....aunque hay algunos puntos que flojean un poquito.....pro se que es el primero y que conforme vaya avanzando la historia sera una novela genial!!!!!

Besos

MMDD

Anónimo dijo...

Me ha sorprendido muy gratamente este primer capítulo.Conmovedor.Me gusta el argumento.Tienes un estilo sobrio y brillante,madera de escritora.
Carlos.

Anónimo dijo...

Simplemente me encanta, ya me tienes engancha es un tema buenisimo y nunca he leido nada parecido, mas vale que no lo dejes porque....
Me compincho con Deivid para ir y secuestrarte no lo dejes nena me encanta

Anónimo dijo...

Uooo muy buena la historieta jaja y lo bueno es que como llego tarde no tengo que esperar para leer el segundo capítulo!!!

:P

kisses

Piper dijo...

Aquí estoy yo para leer también. ¡Mucho ánimo, guapa!

Anónimo dijo...

Ei!! Me ha encantado el capítulo. Cuando tenga tiempo me leeré el segundo. Sigue colgando más, están muy bien :P:P

Besos!

Bea