lunes, 19 de mayo de 2008

CAPITULO 3

CAPÍTULO 3


Mucha gente se preguntará qué es lo que se siente cuando asesinas a alguien. No creo que nadie pueda responder a esa duda de una forma satisfactoria para todo el mundo, y mucho menos esa respuesta coincidiría con la que dieran todos los demás. Es algo distinto en cada persona, los sentimientos de unos a otros varían en todo. Hay miles de cosas que a mí me harían feliz ahora mismo, pero que, sin embargo, a mucha gente no le harían ni sonreír… Incluso hoy puedo sentir algo y mañana sentir lo contrario.

Me han preguntado muchas veces qué sentí al cometer cada asesinato… y yo creo que no podría encontrar un sentimiento común en cada uno de ellos… Alivio… Felicidad… Rabia… Incluso sorpresa por haber cometido tal crimen. Cada muerte a mis manos es un mundo, y hay un mundo detrás de todas. En varias ocasiones te miras las manos, una, otra, y otra vez. Intentas que te digan un por qué, por qué esa persona y no otra, por qué de esa forma y no de otra, pero jamás encuentras una respuesta en ellas, únicamente sangre, marcas, y, en ocasiones, el pulso de tu propio cuerpo recorriendo cada uno de tus dedos. Esas manos cometen los crímenes, no soy yo, mi mente o mi corazón, son ellas, ellas son las culpables de todo. Pero todos sabemos que unas manos no actúan solas porque sí, alguien las manda, alguien les dice qué hacer en cada momento. ¿Pero quién es ese alguien? ¿Qué es lo que te lleva a hacer lo que haces?

Cada vez que quitaba una vida me preguntaba por qué, pero no sabía responderme, y tampoco había en mí esa voz que escuchas algunas veces. Conciencia. Me sentía vacío, sin respuestas a mis preguntas, sin preguntas sin respuesta. Debía haber algo más, algo que me impulsara… pero no estaba, tan sólo lo veía antes, jamás después.

Vas andando por la calle… miras tu reloj, llevas bastante prisa, es de noche y no tienes permiso para estar tan tarde fuera. Escuchas voces de personas a lo lejos, se acercan, permanecen distantes, pero no las puedes ver a causa de la oscuridad que hay en esa calle sin apenas farolas. Oyes cómo los coches pasan casi rozándote, rápidos, sus conductores parecen huir de las pesadillas que encuentran entre sus sábanas. El miedo por lo que pueda asomar de la próxima esquina inunda tu cuerpo. Te paras, escuchas una respiración cerca. Eres tú, es tu propia respiración. Soy yo. Continué caminando a paso ligero. No recordaba cuándo me había sentido tan asustado como lo estaba aquella noche. Únicamente tenía ganas de volver, no quería seguir por allí, pero no conocía otro camino más corto hasta el orfanato. Un chico de tan solo trece años en aquel barrio lleno de gente escondida en portales, de borrachos que caminan de lado a lado de la calle, de personas durmiendo encima de bancos en plena calle con aquel frío tan intenso. Hacía horas que tendría que estar ya en la cama, pero me entretuve con aquellos chicos… Nadie sabía que estaba fuera, había fingido estar enfermo y dije que me iba a dormir pronto, pero me escapé sin que me vieran, y ahora tendría que volver a entrar del mismo modo, corriendo el riesgo de ser descubierto… pero no me importaba, lo único seguro que conocía en ese momento era el orfanato, así que me apresuré para llegar cuanto antes.

La noche contaba cómo pasaban sus minutos mientras a mí aún me quedaba un camino bastante largo para llegar a mi destino. Miraba hacia atrás a cada instante, quería asegurarme de que no me seguía nadie. Siempre nos habían dicho que no pasáramos por allí de noche, que no era un lugar recomendable, y aquel día descubrí a qué se referían. Vi a un pequeño grupo de personas que salían de un bar pequeño, tambaleándose de lado a lado. Se acercaban hacia a mí a pasos torpes. Yo no quería encontrarme cara a cara con ellos, por lo que crucé de acera y continué mi camino. Empezaba a hacer frío y veía que a ése paso no llegaría en mucho tiempo, así que empecé a correr. Mi carrera no era veloz, pero me sirvió para entrar un poco en calor y tener más confianza en mí. Conforme más corría más desaparecía el miedo de mi cuerpo, cosa que yo agradecía enormemente. Continué por aquella calle, intentando evitar los callejones ya que no tenían farolas y no sabía qué podía encontrarme.

De repente escuché como si alguien me siguiera. No le di importancia, seguí corriendo. Pasado un rato aún escuchaba aquellos pasos tras de mí. Sin parar de correr, me giré, pero no pude ver a nadie. El miedo volvía a invadirme por dentro. Corrí aún más rápido, pero esos pasos me seguían fuera lo deprisa que fuera. Me volvía pero allí no había nunca nadie. Al final no podía correr más, así que paré a descansar un poco. Miré a mi alrededor y me encontraba totalmente solo. Lo más probable era que me hubiera imaginado aquellos pasos debido al miedo que creía haber superado. Me calmé un poco y, cuando estaba ya recuperado, me dispuse a continuar mi camino al orfanato. Mi corazón ya no latía normalmente, se había acelerado considerablemente. Volví a escuchar aquellos pasos, pero ésta vez sí que estaba seguro de que me seguía alguien. No quería ir con el miedo en el cuerpo todo el trayecto, así que me di la vuelta a plantarle cara a quien fuera que estuviera allí detrás. Mi respiración se escuchaba entre cortada, el corazón latía más y más fuerte a cada instante.

Un hombre se acercaba hacia mí. Su aspecto no era nada amable y su aliento apestaba a alcohol. Me recordó a mi padre en sus últimos días, siempre oliendo a alcohol por todo el cuerpo, aquel olor que tanto me había atormentado cada noche, en cada pesadilla sobre lo ocurrido, sobre lo que había hecho. Muchas fueron las noches que pasé atormentado por todo aquello, pensé que jamás lo recordaría, pero esa noche reconocí aquel olor, y no pude evitar sentir rabia. El hombre se acercó tendiendo su mano en ademán de pedir dinero. Yo no llevaba nada encima, pero sabía para qué lo querría, para emborracharse más de lo que ya estaba. Aquel hombre no me daba miedo, sino asco, asco por lo que había hecho con su vida, por llegar al extremo de pedir dinero a un niño para beber hasta quedarse inconsciente en algún rincón de cualquier callejón sin luz. Quise, al principio, alejarme de él, pero algo en mi interior me hizo rechazar aquella idea, y me acerqué despacio, con apariencia amable. Le hablé como si fuéramos amigos, como si nos conociéramos de antes, y le dije que le daría dinero, pero donde no nos viera nadie, para que no lo vieran sospechoso. Lo conduje hacia un callejón cercano, poco iluminado y allí le dije que esperara un momento. Volví a la calle principal y, tras asegurarme que no había nadie cerca, me acerqué de nuevo a aquel hombre. Su mirada era extraña, sus ojos se clavaban en los míos mientras parecían pedir socorro para salir de aquella vida que llevaba. Tenía un aspecto cansado, como de no haber dormido en días. Le pedí que se sentara, y yo me senté a su lado. No podía dejar de mirarle, intentaba apartarme de él, pero no podía, aquel parecido con mi padre, más acusado en aquel instante que anteriormente, hacía que sintiera cierta simpatía por él. Había imaginado muchas cosas sobre él, imaginé que tendría una buena vida, pero todo se esfumó un día y, a partir de ahí, todo fue yendo a peor. Seguramente había perdido su trabajo y su casa, empezaría a beber a causa de la depresión que aquello trajo consigo. Me animé a preguntarle cómo había acabado así, de ese modo, y si tenía familia o alguien a quien cuidar y que le quisiera.

“Yo lo tenía todo – me comenzó a contar – una esposa increíble, dos niños pequeños preciosos, un trabajo estupendo… Pero un día la madre de mi mujer cayó muy enferma. Ella pasaba mucho tiempo en el hospital cuidándola y yo tenía que encargarme todo el día de los niños. A causa de eso, había de faltar al trabajo frecuentemente, cosa que no le importaba a mi jefe, hasta que un día comenzó a importarle – recuerdo que su voz intentaba ocultar su dolor, pero no lo conseguía – y me exigió no faltar más, acudir a todas las horas de mi trabajo. Intentaba compaginar las horas que echaba allí con los horarios de los niños, pero muchos días tenía que elegir entre el trabajo y ellos. La madre de mi mujer murió, y ella cayó en una profunda depresión, siempre habían estado muy unidas y no aceptaba la idea de que hubiera muerto. Ya no cuidaba de los niños, se pasaba el día en la habitación, no quería ni salir de allí. La llevé a un psicólogo, que me recomendó que pasara tiempo con ella, que la cuidara, por lo que tuve que ausentarme aún más en el trabajo. Al poco tiempo me despidieron, y ella entró aún más en depresión. Un día se quitó la vida, y todo fue empeorando más y más. Yo no tenía trabajo, las deudas comenzaban a amontonarse, los niños se pasaban el día peleándose y preguntando por su madre, y yo no sabía qué decirles. Un día el más pequeño se puso gravemente enfermo, los subí a los dos en el coche y conduje directo al hospital. Estaba lloviendo y apenas se veía la carretera, además era de noche y la visibilidad era ya casi nula. No vi aquel semáforo, que estaba en rojo… Un coche se cruzó y tuvimos un accidente… - empezó a llorar, apenas se le entendía lo que decía – yo me golpeé la cabeza y quedé inconsciente… no sé cuánto tiempo estuve así, pero recuerdo abrir los ojos… una luz… una luz… eso fue lo primero que vi, una luz… un bombero me alumbraba y me preguntaba si estaba bien… si iba solo en el coche o con alguien más… miré en el asiento de atrás, donde iban mis hijos… aquellos no eran mis hijos… sus cuerpos estaban completamente llenos de sangre… no podían ser mis hijos, mis hijos no podían morir, no en aquel instante… intenté salir, pero tenía el cuerpo atrapado y apenas siquiera podía moverme… Extendí el brazo lo más que pude y los toqué… ninguno se movía…. Ninguno… Permanecían en el asiento, con el cinturón… pero no respondían, había sangre por todas partes… Empecé a ver borroso y me desmayé.

“Desperté ya en el hospital. Miré a mi alrededor, pero estaba solo, en una cama, con sábanas limpias y un montón de aparatos conectados a mi cuerpo… Pulsé el botón para llamar a la enfermera, que no tardó en venir. Llamó al médico y éste me dijo que me había desmayado debido a que había perdido demasiada sangre a través de mis heridas. Pregunté por mis hijos. Su cara cambió bastante de un momento a otro… Me informó de que el más pequeño había muerto al instante, que no había sufrido, pero el mayor aún vivía. Tenía varias heridas internas, le habían operado dos veces y aún quedaban intervenciones por hacerle. Continué tumbado en mi cama un tiempo, hasta recuperarme lo suficiente como para que me dejaran ir a ver a mi hijo. A los tres días al fin me llevaron junto a él. Estaba conectado a un respirador, parecía dormido, pero estaba en coma. Pasé varios días sin salir de su habitación. El primer día que salí fue para ir a casa a ducharme, el personal del hospital casi me obligó a ello, de todas formas el estar ahí no iba a hacer que se despertara antes. Según pasaban los días salía más de aquella habitación, iba a comer al bar que estaba en frente del hospital. Poco a poco comencé a beber, no aguantaba ver a mi hijo así, no quería que muriera, pero tampoco podía hacer nada por él. Hace dos años que no voy al hospital a verle. Sé que no ha muerto porque me habrían avisado… No quiero ir así, borracho, a verle, no quiero que despierte y vea en lo que me he convertido… Pero tampoco tengo valor para dejar de beber, y mucho menos valor para ir a visitarle algún día, para hablarle como hacía al principio…”

Empezó a llorar y ya no paró en mucho tiempo. Yo continué a su lado, sin comprender por qué, pero no quería irme de allí. Aquel hombre, que al principio me hizo sentir furioso, ahora me daba pena. Me quedé callado, no sabía qué decirle, así que simplemente estuve allí. Cuando al fin dejó de llorar me pidió que le ayudara, que por favor le ayudara a salir de todo eso, quería acabar con todo y empezar de nuevo. Finalmente, y tras mucha insistencia por parte de ese hombre, accedí a ayudarlo.

De vuelta al orfanato fui reflexionando. ¿Por qué mi padre no me había pedido ayuda? ¿Acaso pensó que no me daba cuenta de que todos los días volvía borracho a casa? No sé si habría ayudado a mi padre a salir de todo ese mundo, tal vez no. Me sentía mal por pensarlo, pero era distinto, mi padre me había hecho daño, y ese hombre me pidió ayuda. Ahora pienso que a lo mejor debí haber ayudado a mi padre antes que haberme enfadado con él, puede que mi padre no se diera cuenta del daño que me estaba haciendo cada vez que bebía, del daño que nos hacía a mi madre y a mí, incluso el daño que se hacía a sí mismo. Me empecé a sentir culpable, mi padre había necesitado ayuda y yo no se la di… pero no iba a cometer el mismo error una segunda vez, ayudaría a aquel hombre a conducir su vida por el buen camino, a buscar un trabajo y a superar su miedo a visitar a su hijo. Eso era lo mejor que se me había ocurrido en muchos años, en los que únicamente sentía rabia por dentro. Ya había superado aquello que me atormentaba, eso que me hacía ser como era… Iba a cambiar, y quería empezar por ahí.

Llegué al fin al orfanato. Era bastante tarde, pero tenía que ingeniármelas para entrar en la habitación y acostarme sin despertar a nadie. Me colé dentro, al patio, quería hacer el mismo camino que había recorrido cuando salí de allí. Caminé silenciosamente atravesando el gran patio hasta que alcancé un árbol próximo a mi ventana. Comencé a escalarlo. Había estado lloviendo desde que me marché, así que escurría bastante y era muy difícil subir por él. Desistí y bajé del árbol, tenía que encontrar otra forma de entrar, pero aún no sabía cómo lo haría. Siempre había alguien por los pasillos vigilando por si se levantaba algún niño, todo estaría a oscuras y encender una luz sería una prueba instantánea de que había alguien que no dormía. Inspeccioné todas las ventanas por si podía acceder a cualquiera de ellas de alguna forma, pero no parecía que eso fuera posible. Al fin, tras un rato de buscar por dónde pasar, vi una ventana del segundo piso entreabierta. Con paciencia y cuidado apoyé un pie en una papelera cercana a la ventana. Desde ahí pude alcanzar la ventana del primer piso. Me agarré a las rejas fuerte para no caerme, y coloqué un pie más arriba, con el propósito de alzar lo suficiente el cuerpo como para poder agarrarme a la ventana por la que pretendía pasar. Me llevó tres intentos lograrlo, pero una vez agarrado, me impulsé con fuerza y subí hasta la ventana. Esta no disponía de rejas, ya que sólo tenían las del primer piso. Abrí del todo la ventana y me colé por ella. A pesar de lo oscuro que estaba todo, logré adivinar dónde estaba: en la biblioteca. Procurando no chocar con nada para no hacer ruido, caminé hacia la puerta. La abrí un poco, lo suficiente para ver que no había nadie por el pasillo. Desde ahí podía ver la puerta de mi habitación, el camino estaba totalmente despejado. Salí de la biblioteca, cerrando la puerta despacio, y, sin mirar a ninguna parte, fui directo a mi habitación. Cuando ya tenía agarrado con la mano el pomo de la puerta, alguien me enfocó con una linterna y me dijo que me girara. No sabía si girarme y que me reconociera, o entrar a la habitación, tumbarme en mi cama, y fingir que llevaba durmiendo allí toda la noche. Finalmente decidí girarme. Vi que era una de las tutoras quien me alumbraba con la linterna. Me preguntó qué estaba haciendo allí a esas horas, y yo le mentí, le dije que acababa de levantarme que iba a por un vaso de agua, pero no me creyó, alegó que llevaba ropa de calle y ningún vaso en la mano. Me mandó que me fuera a dormir, y al día siguiente tenía que ir a su despacho.

La noche se me pasó muy corta, probablemente porque estaba acostumbrado a acostarme mucho antes y dormir mucho más. Sonó el despertador y ni tan siquiera lo escuché, fueron mis compañeros los que me despertaron. Me costó levantarme, pero al final lo hice. Aún llevaba la ropa del día anterior, había llegado tan tarde y tan cansado que directamente me acosté, sin ponerme el pijama. Cogí una toalla, ropa limpia, y me di una ducha. Tras ducharme seguía cansado y con sueño, tan sólo había logrado despejarme un poco. Bajé al comedor y me senté a desayunar. Tenía bastante hambre, así que llené mi bandeja de galletas, pasteles y cereales, así como dos cuencos de leche. Cuando ya estaba terminando el desayuno vi entrar a la tutora que me descubrió volviendo por la noche. Agaché la cabeza para que no me viera, tenía la esperanza de que se hubiera olvidado del asunto, sin embargo vino directa a mi mesa. Me recordó nuestra “cita” y se marchó a desayunar.

Un mes entero sin salir… intenté que fuera un poco más razonable, le dije incluso el buen propósito que tenía que ayudar a aquel hombre, pero no quiso escucharme, tan sólo me impuso el castigo y no dijo nada más. Recuerdo que me enfadé y pensé en gritarle por lo injusta que estaba siendo, pero me aguanté, callé y me fui a mi habitación, donde me senté en la cama y, cabreado, miré por la ventana. En ese momento comenzó a llover. La gente corría de un lado para otro a refugiarse de la lluvia, se metía en las tiendas o se tapaban con periódicos. Los pocos niños que jugaban en el patio se metieron dentro para no mojarse. Me puse a pensar en el hombre que conocí la noche anterior… ¿Habría vuelto a su casa? ¿Estaría bien? ¿O acaso estaba aún en la calle y se estaba mojando? No podía dejar de pensar en ello… Ese hombre se había propuesto cambiar, y yo iba a ayudarle, fuera como fuera. Levanté de mi cama y fui hacia la puerta. Salí de la habitación y bajé hasta la entrada, pero alguien me puso la mano sobre el hombro en señal de que no saliera. Sin mirar quién era, ya supuse quién sería, así que me di la vuelta y subí a mi habitación de nuevo. Era injusto que, por una vez que me decidía a ayudar a alguien, no pudiera hacerlo… Quería salir de allí, no podían tenerme allí encerrado todo un mes… Era justo el único mes que teníamos de vacaciones hasta verano, no podía pasármelo entero allí metido.

Empecé a darle vueltas a todo lo ocurrido… era mi deber ayudar a ese hombre, se lo había prometido, pero no podía salir de allí… Tal vez pudiera mandarle algún mensaje a través de cualquier compañero del orfanato… pero no serviría, nadie querría acercarse a él… Durante aquel día intenté una y otra vez que me dejaran salir, pero no lo logré. A la noche no podía dormir pensando en él… pasaba el tiempo y no le estaba ayudando… El tic-tac del reloj que teníamos en la habitación no paraba de atormentarme y recordarme que el tiempo pasaba y yo seguía como al comienzo del día: sin respuesta a la pregunta de cómo ayudarlo en la distancia. El día siguiente lo pasé en el patio, esperaba que se acordara de dónde vivía yo y se pasara a buscarme, pero no fue. Al siguiente día tampoco, ni al próximo. Pasaba los días sentado junto a la verja del orfanato esperando a que viniera, pero por allí no pasaban nada más que hombres y mujeres que iban a hacer sus compras al supermercado que había cerca. No tenía noticias de nadie del exterior, únicamente lo que podía ver por televisión. Miraba las noticias por si acaso daban alguna de su hijo, recuperado milagrosamente del coma en el que se encontraba hacía ya dos años, pero tampoco ahí encontraba lo que quería escuchar. Días, más días… iba tachándolos en el calendario con la esperanza de que así pasaran más rápido, sin embargo mi método no daba resultado, cada día se me hacía eterno. No encontraba diversión ninguna, no jugaba con los otros chicos, comía sin ganas de comer, no dormía apenas… Tanto me descuidé que caí enfermo a pocos días de cumplir mi castigo por completo, lo que me tuvo 3 días más en cama aparte de los ya previstos…

Al fin pude salir, terminé el castigo y la enfermedad, y salí a la calle. Hacía sol, pero aún así hacía bastante frío. Me abrigué y salí a buscar a mi amigo. Volví a aquella calle donde nos vimos por primera vez, pero no estaba. Busqué en los alrededores, y seguía sin encontrarlo. Recordé la conversación que tuve con él, y recordé así el nombre del hospital donde se encontraba ingresado su hijo, así que me dirigí hacia allí. Llegué y me acerqué a la mujer que atendía en el mostrador. Me di cuenta de que no me había dicho su nombre, y no podía preguntar por él… Le expliqué mi historia a aquella mujer y me dijo que esperara un poco. Descolgó su teléfono y avisó para que bajara un médico. Éste me dijo que había estado al cargo de su hijo, que murió hará dos meses. Lo llamaron y, aunque les costó bastante localizarle porque había perdido la casa y no tenían otro número que no fuera el de allí, lo lograron localizar, le comentaron lo que había pasado con su hijo, pero jamás pasó por el hospital hasta hacía tres días, que fue a verle. Le volvieron a decir que su hijo había muerto y se fue. No sabían nada más de él. Salí del hospital y me senté en un banco de un parque cercano… ¿Por qué no me había dicho que su hijo había muerto? ¿Por qué no se acordaba de su muerte y fue a verlo tres días atrás? Seguramente no querría aceptar que había perdido toda la familia que tenía, y por eso se emborrachó más y más… ¿Dónde estaría ahora? Tenía que encontrarlo, no podía dejarlo solo después de recibir por segunda vez la noticia de la muerte de su hijo…

Pasé el resto del día mirando en los posibles sitios en los que podría encontrarlo, sin éxito en mi búsqueda. Decidí ir al río, solía ir mucho allí cuando no quería estar con nadie, me ayudaba a estar conmigo y mis pensamientos, tranquilo, sin nadie que me molestara. Caminando por la orilla vi a lo lejos a un hombre trajeado. Se le acercaron dos chicos más jóvenes que él y hablaron con él algo que no pude oír debido a lo lejos que estaba. De repente empezaron a pegarle a aquel hombre. Se agacharon, recogieron algo, y se marcharon corriendo. Me acerqué a donde había quedado el hombre tumbado, comprobé si aún vivía, pero estaba muerto. En el suelo había una cartera vacía, aquellos chicos le habían robado… Probablemente el hombre se negó a darles dinero y éstos decidieron pegarle una paliza, pero lo habían matado, por eso corrieron tan rápido, huyendo de allí. Le di la vuelta al cadáver para ver la cara de aquel hombre. Era el mismo hombre al que yo iba buscando. No podía estar muerto, tenía que vivir. Intenté reanimarlo, pero no sabía cómo. Al cabo de un rato desistí, había muerto y no podía hacer nada. Iba a acercarme a una cabina para llamar a la policía que viniera cuando vi que en la mano agarraba fuertemente un papel. Lo cogí y lo abrí:

“Para Ralph:

Hijo, sé hace dos meses que has muerto, sin embargo no quería aceptarlo y me negué a que fuera así de verdad. Desde que la abuela murió, todo fue cayendo en picado. Tu madre se quitó la vida, tu hermano murió por mi culpa, y tú también. No quería creerlo, por eso volví a pasar a buscarte hará dos días. Me dijeron que tu cadáver ya no estaba allí, por eso te escribo ésta carta. Mañana iré al río, justo debajo del puente, donde hay tortugas, tu lugar favorito, para hacer un pequeño homenaje para ti. Escribo éstas palabras para leértelas en voz alta, yo nunca he sido de improvisar algo que de verdad diga lo que siento, así que es mejor así. Hace cerca de un mes conocí a un chico, poco mayor que tú, que, sin saber por qué, se decidió a ayudarme a salir del bache en el que estaba metido. Tenía miedo de defraudarle, por eso el primer día no acudí a donde habíamos quedado. Tampoco fui el segundo día. El tercero sí que fui, pero él no estaba, supuse que se había cansado de esperar por alguien que no quería que le ayudaran. Fui al orfanato donde vivía y, a lo lejos, vi que miraba la calle, esperando que yo apareciera. Cada día seguí yendo, sin dejar que me viera, para comprobar si seguía allí. Día tras día estuvo allí esperando, pero yo no aparecía, tenía miedo de defraudarle también a él. Me busqué un trabajo y dejé de beber. Las cosas me van bastante bien ahora, y mañana, cuando termine tu pequeño homenaje, iré a verle, quiero mostrarle que, gracias a él, he logrado ser mejor persona y he superado todo aquello que no me creía capaz de superar. No sé, incluso puede que me plantee el adoptarle, aunque él no lo sabe aún, ha sido muy importante en mi vida, me ha ayudado como nunca nadie antes lo hizo.

Ahora cambiaría todo porque estuvierais todos aquí conmigo, pero ya os he perdido, no puedo hacer nada, sólo llevaros en el corazón, donde siempre me acompañaréis a todos los sitios a los que vaya. Espero que no me odiéis mucho por haberos hecho eso, pero me ha servido para darme cuenta de las cosas que he tenido, y jamás volveré a beber.

Fuiste un gran luchador, al contrario que yo, pero he aprendido de ti, he aprendido a luchar por vivir, y ahora ya tengo mi casa de nuevo, un trabajo y sonrío.

Te quiere mucho,
Papá.”

Había estado yendo a verme cada día, incluso quería adoptarme… Su vida había dado un cambio total a mejor, y todo había sido gracias a mí, jamás le pude agradecer que me dijera aquellas palabras que le había dicho a su hijo sobre mí, ya que no llegó a decírmelas en vida. Iba a celebrar un pequeño homenaje a su hijo y no había podido hacerlo. Le quité un anillo que llevaba en el dedo y llamé a la policía. Cuando llegaron recogieron el cadáver y me preguntaron quién había sido. Yo no supe qué decirles, no había visto a aquellos chicos de cerca como para reconocerlos, así que me dejaron marchar sin hacerme más preguntas.

Corrí debajo del puente del que hablaba en su carta a su hijo, lo reconocí fácilmente, ya que yo solía bajar mucho a ver las tortugas. Cogí un palo que encontré en el suelo y lo sostuve en la mano. Leí en voz alta la carta para Ralph, la enrollé en el palo y la sujeté con el anillo. Dije un “gracias” que apenas se escuchó un metro más lejos de donde yo estaba, dejé el palo con la carta y el anillo sobre el agua y me quedé contemplando cómo se lo llevaba la corriente, iría al lugar donde debían estar, iría con Ralph y su padre.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha gustado entrar por casualidad y ver que ya estaba el nuevo! ^^
Me gusta la atmosfera que estas creando, es "tétrica" y depende como lo mires triste, pero llena de sentimientos, solo puedo describir con una palabra: MAGNÍFICO.
Enhorabuena de verdad! :)

David

Anónimo dijo...

Vaya con el niño, que cambio, si hasta parece tener sentimientos!! Me ha sorprendido este cambio en su actitud, al fin y al cabo, no tiene tanta sed de sangre como parece.
Me ha encantado! Esperaré ssentada el siguiente capitulo para leerlo a gusto.

Anónimo dijo...

Jejejejej si ya sabia yo que el niño tiene su encanto.....


Sigue asi guapa!!!!

Besos

MMDD

The Black Queen dijo...

He leído de un tirón los tres capítulos y estoy impaciente por saber más. Excelente inmersión en la mente de un asesino, me gusta, un arranque prometedor, seguro que el resto de la novela no defrauda.

Un beso de papel de Asun (pregúntale a Isa, jeje).

Anónimo dijo...

tercer capitulo tan bueno como el anterior ^^

como ha dichon dicho ya se nota la atmosfera tetrica de la mentalidad de un asesino pero a la vez el sentimiento que desprende el niño. es bastante emotiva

sigue asi

Anónimo dijo...

tercer capitulo tan bueno como el anterior ^^

como ha dichon dicho ya se nota la atmosfera tetrica de la mentalidad de un asesino pero a la vez el sentimiento que desprende el niño. es bastante emotiva

sigue asi

Anónimo dijo...

Sonia enhorabuena,me ha encantado este tercer capítulo.Lo he leído un día oscuro y lluvioso,el ambiente apropiado.Me ha gustado mucho la historia del borracho.Es un buen ejemplo de que todas esas personas que vemos entre cartones,outsiders del sistema,antes de ser vagabundos y borrachos,han sido personas como nosotros;y que aunque a veces pensemos que nunca llegaríamos a acabar así,una racha de mala suerte puede con todo.La acción transcurre quizá demasiado deprisa,tomátelo con calma.
Sigue adelante,eres muy buena,pero no te dejes influir porque te metamos prisa jaja
El relato tiene momentos realmente espléndidos,me ha encantado ese "jamás encuentras una respuesta en ellas, únicamente sangre, marcas, y, en ocasiones, el pulso de tu propio cuerpo recorriendo cada uno de tus dedos".
Un abrazo.Carlos.

Anónimo dijo...

me sigue encantando :P y me uno a la propuesta de que te lo tomes con calma, sobre todo ahora que estoy de exámenes xDDDD

un beso!